MATEO 28, 16-20
Los once
discípulos fueron a Galilea al monte donde Jesús los había citado. Al verlo se
postraron ante él, los mismos que habían dudado. Jesús se acercó y les habló
así: - Se me ha dado plena autoridad en el cielo y en la tierra. Id y haced
discípulos de todas las naciones, bautizadlos para vincularlos al Padre y al
Hijo y al Espíritu Santo y enseñadles a guardar todo lo que os mandé; mirad que
yo estoy con vosotros cada día, hasta el fin de esta edad.
ABRIR EL HORIZONTE
Ocupados solo en el logro inmediato de un mayor
bienestar y atraídos por pequeñas aspiraciones y esperanzas, corremos el riesgo
de empobrecer el horizonte de nuestra existencia perdiendo el anhelo de
eternidad. ¿Es un progreso? ¿Es un error?
Hay dos hechos que no es difícil comprobar en este
nuevo milenio en el que vivimos desde hace unos años. Por una parte está
creciendo en la comunidad humana la expectativa y el deseo de un mundo mejor.
No nos contentamos con cualquier cosa: necesitamos progresar hacia un mundo más
digno, más humano y dichoso
Por otra está creciendo al mismo tiempo el desencanto,
el escepticismo y la incertidumbre ante el futuro. Hay tanto sufrimiento
absurdo en la vida de las personas y de los pueblos, tantos conflictos
envenenados, tales abusos contra el planeta, que no es fácil mantener la fe en
el ser humano.
Es cierto que el desarrollo de la ciencia y la
tecnología están logrando resolver muchos males y sufrimientos. En el futuro se
lograrán, sin duda, éxitos todavía más espectaculares. Aún no somos capaces de
intuir la capacidad que se encierra en el ser humano para desarrollar un
bienestar físico, psíquico y social.
Pero no sería honesto olvidar que este desarrollo
prodigioso nos va «salvando» solo de algunos males y solo de manera limitada.
Ahora precisamente que disfrutamos cada vez más del progreso humano empezamos a
percibir mejor que el ser humano no puede darse a sí mismo todo lo que anhela y
busca.
¿Quién nos salvará del envejecimiento, de la muerte
inevitable o del poder extraño del mal? No nos ha de sorprender que muchos
comiencen a sentir la necesidad de algo que no es ni técnica ni ciencia,
tampoco ideología o doctrina religiosa. El ser humano se resiste a vivir
encerrado para siempre en esta condición caduca y mortal. Busca un horizonte,
necesita una esperanza más definitiva.
No pocos cristianos viven hoy mirando
exclusivamente a la tierra. Al parecer no nos atrevemos a levantar la mirada
más allá de lo inmediato de cada día. En esta fiesta cristiana de la Ascensión
del Señor quiero recordar unas palabras de aquel gran científico y místico que
fue P. Teilhard de Chardin: «Cristianos a solo veinte siglos de la Ascensión.
¿Qué habéis hecho de la esperanza cristiana?».
En medio de interrogantes e incertidumbres, los
seguidores de Jesús seguimos caminando por la vida trabajados por una confianza
y una convicción. Cuando parece que la vida se cierra o se extingue, Dios
permanece. El misterio último de la realidad es un misterio de amor salvador.
Dios es una puerta abierta a la vida eterna. Nadie la puede cerrar.
José Antonio
Pagola
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