MATEO
18, 15-20
Si tu hermano
te ofende, ve y házselo ver, a solas entre los dos. Si te hace caso, has ganado
a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que toda la
cuestión quede zanjada apoyándose en dos o tres testigos (Dt 19,15). Si no les
hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad,
considéralo como un pagano o un recaudador. Os aseguro que todo lo que atéis en
la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra
quedará desatado en el cielo. Os lo digo otra vez: Si dos de vosotros llegan a
un acuerdo aquí en la tierra acerca de cualquier asunto por el que hayan
pedido, surtirá su efecto por obra de mi Padre del cielo, pues donde están dos
o tres reunidos apelando a mí, allí, en medio de ellos, estoy yo.
ESTÁ ENTRE NOSOTROS
Aunque las palabras de Jesús, recogidas por Mateo,
son de gran importancia para la vida de las comunidades cristianas, pocas veces
atraen la atención de comentaristas y predicadores. Esta es la promesa de
Jesús: «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de
ellos».
Jesús no está pensando en celebraciones masivas,
como las de la plaza de San Pedro en Roma. Aunque solo sean dos o tres, allí
está él en medio de ellos. No es necesario que esté presente la jerarquía; no
hace falta que sean muchos los reunidos.
Lo importante es que «estén reunidos», no dispersos
ni enfrentados: que no vivan descalificándose unos a otros. Lo decisivo es que
se reúnan «en su nombre»; que escuchen su llamada, que vivan identificados con
su proyecto del reino de Dios. Que Jesús sea el centro de su pequeño grupo.
Esta presencia viva y real de Jesús es la que ha de
animar, guiar y sostener a las pequeñas comunidades de sus seguidores. Es Jesús
quien ha de alentar su oración, sus celebraciones, proyectos y actividades.
Esta presencia es el «secreto» de toda comunidad cristiana viva.
Los cristianos no podemos reunirnos hoy en nuestros
grupos y comunidades de cualquier manera: por costumbre, por inercia o para
cumplir unas obligaciones religiosas. Seremos muchos o, tal vez, pocos. Pero lo
importante es que nos reunamos en su nombre, atraídos por su persona y por su
proyecto de hacer un mundo más humano.
Hemos de reavivar la conciencia de que somos
comunidades de Jesús. Nos reunimos para escuchar su Evangelio, para mantener
vivo su recuerdo, para contagiarnos de su Espíritu, para acoger en nosotros su
alegría y su paz, para anunciar su Buena Noticia.
El futuro de la fe cristiana entre nosotros
dependerá en buena parte de lo que hagamos los cristianos en nuestras
comunidades concretas las próximas décadas. No basta lo que pueda hacer el papa
Francisco en el Vaticano. Tampoco podemos poner nuestra esperanza en el puñado
de sacerdotes que puedan ordenarse los próximos años. Nuestra única esperanza
es Jesucristo.
Somos nosotros los que hemos de centrar nuestras
comunidades cristianas en la persona de Jesús como la única fuerza capaz de
regenerar nuestra fe gastada y rutinaria. El único capaz de atraer a los
hombres y mujeres de hoy. El único capaz de engendrar una fe nueva en estos
tiempos de incredulidad. La renovación de las instancias centrales de la
Iglesia es urgente. Los decretos de reformas, necesarios. Pero nada tan
decisivo como volver con radicalidad a Jesucristo.
José Antonio
Pagola
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