MATEO 21, 33-43
- Escuchad otra parábola:
Había una vez un propietario que plantó una viña, la rodeó con una
cerca, cavó un lagar, construyó la torre del guarda (Is 5,1-7), la arrendó a
unos labradores y se marchó al extranjero. Cuando llegó el tiempo de la
vendimia, envió a sus siervos para percibir de los labradores los frutos que le
correspondían. Los labradores agarraron a los siervos, apalearon a uno, mataron
a otro y a otro lo apedrearon. Envió entonces otros siervos, más que la primera
vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les envió á su hijo, diciéndose:
"A mi hijo lo respetarán". Pero los labradores, al ver al hijo, se
dijeron: - Éste es el heredero: venga, lo matamos y nos quedamos con su
herencia. Lo agarraron, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. - Vamos a
ver, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores? Le
contestaron: - Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará su viña a
otros que le entreguen los frutos a su tiempo. Jesús les dijo: - ¿Nunca habéis
leído en la Escritura? La piedra que desecharon los constructores es ahora la
piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho: ¡Qué maravilla para los que lo
vemos! (Sal 118,22-23). Por eso os digo
que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se le dará a un pueblo que
produzca sus frutos.
CRISIS RELIGIOSA
La parábola de los «viñadores
homicidas» es un relato en el que Jesús va descubriendo con acentos alegóricos
la historia de Dios con su pueblo elegido. Es una historia triste. Dios lo
había cuidado desde el comienzo con todo su cariño. Era su «viña preferida».
Esperaba hacer de ellos un pueblo ejemplar por su justicia y su fidelidad.
Sería una «gran luz» para todos los pueblos.
Sin embargo, aquel pueblo fue
rechazando y matando uno tras otro a los profetas que Dios les iba enviando
para recoger los frutos de una vida más justa. Por último, en un gesto
increíble de amor, les envió a su propio Hijo. Pero los dirigentes de aquel
pueblo terminaron con él. ¿Qué puede hacer Dios con un pueblo que defrauda de
manera tan ciega y obstinada sus expectativas?
Los dirigentes religiosos que
están escuchando atentamente el relato responden espontáneamente en los mismos
términos de la parábola: el señor de la viña no puede hacer otra cosa que dar
muerte a aquellos labradores y poner su viña en manos de otros. Jesús saca
rápidamente una conclusión que no esperan: «Por eso yo os digo que se os
quitará a vosotros el reino de Dios y se le entregará a un pueblo que produzca
frutos».
Comentaristas y predicadores han
interpretado con frecuencia la parábola de Jesús como la reafirmación de la
Iglesia cristiana como el «nuevo Israel» después del pueblo judío, que, con la
destrucción de Jerusalén el año 70, se ha dispersado por todo el mundo.
Sin embargo, la parábola está
hablando también de nosotros. Una lectura honesta del texto nos obliga a
hacernos graves preguntas: ¿estamos produciendo en nuestros tiempos «los
frutos» que Dios espera de su pueblo: justicia para los excluidos, solidaridad,
compasión hacia los que sufren, perdón...?
Dios no tiene por qué bendecir un
cristianismo estéril del que no recibe los frutos que espera. No tiene por qué
identificarse con nuestra mediocridad, nuestras incoherencias, desviaciones y
poca fidelidad. Si no respondemos a sus expectativas, Dios seguirá abriendo
caminos nuevos a su proyecto de salvación con otras gentes que produzcan frutos
de justicia.
Nosotros hablamos de «crisis
religiosa», «descristianización», «abandono de la práctica religiosa»... ¿No
estará Dios preparando el camino que haga posible el nacimiento de una Iglesia
menos poderosa, pero más evangélica; menos numerosa, pero más entregada a hacer
un mundo más humano? ¿No vendrán nuevas generaciones más fieles a Dios que
nosotros?
José Antonio Pagola
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