Que siempre sea humano, Señor.
Que comprenda a los hombres y sus problemas.
Hombre soy, como ellos.
Hombres son, como yo.
A mí me toca hablarles. A ellos escuchar.
Yo hago llegar a sus oídos el sonido de mi voz.
Y, por mis palabras, trato de compartir con ellos
lo que yo mismo he comprendido.
Que lo haga lo mejor posible, Señor,
para que ellos lleguen también a comprenderlo en
su interior. ¿Cuál sería, si no la razón de mis palabras?
Óyeme, Señor. Recréame, pues me creaste.
Hazme transparente, pues me iluminaste.
Haz que mis oyentes, iluminados por ti,
escuchen tu Palabra por medio de mí.
(San Agustín. Sermón 120, 3)
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