Hace más de un mes que me empezaron a ofrecer la navidad. Como siempre, es el supermercado donde hago la compra el primero que me lo anuncia: los sugerentes mazapanes, turrones y demás productos navideños. Después me lo dijo la televisión, quien me incitó a comprarme todo lo que no necesito. Y el último anuncio hace unos días en los escaparates de las tiendas, y en las luces que “adornan” nuestras calles, por si no me quedaba claro. Son señales de que una navidad está cerca. Es tiempo de diversión y de desfase en una macro fiesta en la última noche del año que llevamos 364 días esperando. Tiempo de darte ese capricho que llevas tiempo esperando. Tiempo de ser el tío más importante por regalar lo último de lo último. Tiempo de engullir todo lo que haya encima de la mesa. Es tiempo de navidad.
Junto a estas luminosas señales, hay otras más discretas, que nadie anuncia. Historias que hablan de aquella noche de Belén, de una Buena Noticia (en aquellos días y en el siglo XXI). Todo empezó con una familia que vino de otro pueblo para empadronarse, lejos de los suyos, sin nadie. No recuerdo bien de dónde eran; si de Nazaret, de Casablanca, de Bucarest o de Quito. En aquel pueblo había posaderos que no permitieron alojarse a esta familia necesitada. Era una sociedad donde primaba lo económico y no lo humano; que dejaba al margen a personas con adicciones o con problemas mentales. Era mejor que dejasen limpia la ciudad y se queden en las afueras. Menos mal que encontraron un portal que les acogió. ¡Mira que era feo y que no tenía casi nada! Su buey, su mula y un poco de paja. Ese portal ofreció lo que tenía –como aquellos vecinos que invitan a los del barrio para hacerse compañía, compartir y celebrar esa noche que parecía que iba ser especial.
En esta historia también hubo ángeles que anunciaron que algo nuevo está por llegar. Gente que alegra la vida a otros, que los animan, que invierten su tiempo acompañando en una residencia de ancianos intentando que esos últimos días sean dignos. Personas con un café y unas galletas, que anuncian a los pastores que duermen al raso, en cajeros o debajo de los puentes, que un mundo nuevo y que otra vida es posible. Y también hay mucha gente aquí y allá. Dicen que son magos, que buscan: encuentran un destello y se lanzan tras él. No saben muy bien donde ir, pero tienen una convicción y un deseo de que puede haber Navidad en medio de la navidad: en estos pequeños detalles, cuando llegamos al fondo y lo podemos tocar, cuando miramos a la gente, sus gestos y su vida. En lo profundo encontramos a ese Dios que nace cada día en nuestras vidas.
Eduardo Menchaca
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