Seguramente muchos de nosotros estamos acostumbrados a una Navidad resplandeciente, vistosa, y que envuelve cada aspecto de nuestro día a día durante el mes que precede a las fiestas. La Navidad se convierte en un tiempo de acogida, de gestos de amor y generosidad. Es la época en la que son más exitosas las campañas de captación de fondos para la cooperación. Se arraiga en la sociedad un sentimiento de compartir y de entrega. ¡Incluso las marcas se apuntan a esta Navidad! Saben muy bien qué tienen que despertar en los espectadores de sus anuncios para vender más: amor, reencuentro, solidaridad, esperanza en un mundo mejor, reconciliación, paz…
Más allá de esta Navidad de luces, encuentros, regalos y fiestas existe otra en la que Dios nace entre la gente que sufre, entre personas desesperadas por ver que las cosas siguen yendo a peor a pesar de que hace tiempo pensaban que ya habían tocado fondo. En algunos contextos la pobreza lo envuelve todo y está presente en cada aspecto de la vida. En estas realidades, numerosas personas, presas de sus deudas y forzadas por las situaciones que las rodean, toman el camino de la migración, debiendo dejar todo atrás, con la esperanza de que marchando encontrarán la tranquilidad que sus vidas necesitan. Pero esta salida no es sencilla. El que se desplaza, al encontrarse con fronteras cerradas a cal y canto, trata de entrar en su destino de forma desesperada, muchas veces poniendo en riesgo su propia vida. Y, sin embargo, el camino no termina aquí… En caso de llegar, el migrante suele toparse con incomprensión, insensibilidad e indiferencia, con rechazo a lo diferente, con gente que no ofrece ayuda si no es a cambio de algo… ¡Qué acostumbrados estamos a oír y ver estas historias! Casualmente, con frecuencia, suceden en países donde se celebra la Navidad por todo lo alto, por lo que deberíamos preguntarnos: ¿Vivimos la Navidad en todo su sentido? ¿Qué parte de mi Navidad se queda en una fiesta de pasajera, en un puro sentimiento temporal de entrega generosa? Y a la vuelta de la Navidad, ¿qué? ¿En algún sentido vivo de espaldas a la realidad?
Por otro lado, hay contextos que quedan en los márgenes de este mundo. Ahí donde el sufrimiento es palpable es donde la Navidad se hace más presente. Donde, por no tener nada, se sigue disfrutando del encuentro personal sin abandonarse en lo material; donde hay espacio para la sinceridad, cada uno acepta sus debilidades y existe una palabra de esperanza para quien necesita salir adelante; donde existe una Iglesia en salida, que busca a los olvidados y donde, desde lo más pequeño, surge la confianza de que es posible un mundo mejor y más inclusivo, que no deje de lado a nadie.
Ojalá que en esta Navidad dejemos llevarnos por la entrega generosa de quien sabe que Dios ha nacido en su corazón y esto nos motive para lograr una vida radical en el Amor. ¡Feliz Navidad!
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Juan Sobrini
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