Me sedujiste, Señor y me dejé seducir.
Llamaste un día a mi corazón y no pude hacer otra cosa que seguirte.
La vida contigo se vuelve una fiesta,
las dificultades se reducen y nace en mí fuerza y sosiego,
las alegrías se multiplican,
porque llenas mi boca de risas, mi corazón de canciones
y toda mi vida de tu amor.
Tú haces de mi vida una fiesta, porque llenas mis días de sentido.
Tú haces que pueda con las dificultades, porque me recuerdas mis recursos.
Tú me conviertes en sanador de otros,
porque me llenas de sabiduría y de ternura,
para facilitar otros caminos, para entender, liberar y curar heridas de la vida.
Tú me haces generador de la vida en abundancia,
al tiempo que la haces brotar dentro de mí
y juntos la contagiamos a los hermanos.
Para ti no valen los ritos o rezos sin sentido,
para ti vale la vida, el amor y la ternura,
Tú valoras los detalles, las vivencias y la acción,
aunque para descansar necesitemos orar la vida,
dejándonos acariciar cada día por tu amor.
Cada mañana me vuelves a llamar y me pones en marcha.
Vas presentándome hermanos con los que vivir,
vas poniendo ante mí regalos, dolor y belleza
y me vas sugiriendo el modo y la manera oportuna,
el gesto y la palabra adecuada, para llenar de tu amor la vida entera.
Tú amor me vuelve alegre y me impulsa a alegrar.
Tu fuerza me hace fuerte y me invita a apoyar y acompañar.
Tu misericordia me hace empático y tolerante, amigo y amante.
Tu bondad me vuelve tierno, dulce y amoroso con el género humano.
Tu llamada me da seguridad, me descansa y me sosiega.
Tu ejemplo me dinamiza y me convierte en buena noticia.
Gracias por llamarme, Señor... Aquí me tienes, para hacer tu voluntad.
Mª Patxi Ayerra
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