que se sabe en camino hacia sí mismo
y sin dar cabida en su corazón a estériles fantasías
se enfrenta cada día con su propia realidad.
Feliz el hombre
que no se considera desprovisto de todo valor,
y cultivando los dones recibidos
se abre al infinito de Dios que mora en él.
Feliz el hombre
que se reconoce necesitado y hambriento
de algo que lo supere y dinamice
más allá de los límites de su yo posesivo.
Feliz el hombre
que huye de las respuestas prefabricadas,
y busca, aunque se vea incomprendido y solo,
la verdad que lo libere de toda rutina existencial.
Feliz el hombre
que cultiva las raíces de la solidaridad universal,
y acepta que su vida será más bella y fecunda
cuanto más hondo baje en la tierra del dolor compartido.
Feliz el hombre
que se propuso por encima de todo ser fiel a sí mismo,
porque en sí mismo
fue camino para el encuentro de Dios con los hombres.
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