Un día, inquietas, se acercaron a Dios y le dijeron: "Señor Dios, nos gustaría ir a vivir a la tierra con los hombres." "Así será", respondió el Señor. "Las conservaré a todas ustedes pequeñitas, tal como se ven desde la tierra, para que puedan vivir entre los hombres".
Cuéntase que, en aquella noche, hubo una linda lluvia de estrellas. Algunas se acurrucaron en las torres de las iglesias, otras fueron a jugar y a correr junto con las luciérnagas por los campos, otras se
mezclaron con los juguetes de los niños, y la tierra quedó maravillosamente iluminada.
Pero con el pasar del tiempo, las estrellas decidieron abandonar a los hombres y volver para el cielo, dejando la tierra oscura y triste. "¿Por qué volvieron?", preguntó Dios a medida que ellas iban llegando al cielo. "Señor", contestaron ellas, "no nos fue posible permanecer en la tierra, allí existe mucha miseria y violencia, mucha maldad, mucha injusticia." Después de que llegaron las estrellas, Dios contó su número y habló de nuevo: "Falta una estrella. ¿Será que se perdió en el camino?" Un ángel que estaba cerca replico: "No, Señor; una estrella decidió quedarse entre los hombres.
Ella descubrió que su lugar es exactamente donde existe la imperfección, donde hay límite, donde las cosas no van bien, donde hay lucha y dolor." "¿Que estrella es esa?", volvió Dios a preguntar. "Es la Esperanza, Señor. La estrella verde. La única estrella de ese color." Y cuando miraron a la tierra, la tierra estaba iluminada porque había una estrella verde en el corazón de cada persona. Porque el único sentimiento que el hombre tiene y Dios no necesita retener es la Esperanza.
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