Es de noche, el viento me advierte de su descanso nocturno, el mar silencia sus travesuras, calma su manto y se prepara para entrar en su letargo nocturno.
Enrrollo las velas, para permitirles un descanso, aunque sea leve, acaricio mi bote antes de tenderme en la cubierta, boca arriba, inhalo profundamente, cierro mis ojos por un momento, necesito recordar la plena oscuridad, súbitamente los abro y la magnífica escena se despliega ante mi, el petreo adorno estelar me brinda su fulgor más tierno, mi corazón en calma disfruta de las oportunidades del tiempo, de la comprensión del clima para aprovechar de abrir los sentidos de la mejor manera y dejarme imbuír por el penetrante aroma de la vida misma.
No hay frío, el mar me cobija con cálidas sensaciones acumuladas en el día, la bella dama de blanco se sitúa sobre mi sien para iluminar mi pensamiento, y dejar salir mi imaginación, saco la bújula de mi bolsillo, y pretendo imaginar que ya no apunta al norte constantemente sino que apunta al destino escondido que mi corazón se ilusiona por descubrir.
El clima me favorece, mi bote se ha vuelto uno con la mar, con el fin de brindarme la empatía más sincera con cada cúmulo de vida que me rodea...
Cierro mis ojos, es hora de dormir, de levantarse con la sonrisa y continuar este peregrinaje marino lleno de sorpresas...
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