Una reflexión interesante para fomentar el crecimiento personal de nuestros jóvenes desde la interioridad, algo complicado en esta sociedad que nos toca vivir en la que lo externo avasalla a lo reflexivo.
¿Qué es la interioridad?: la capacidad de reflexionar y guardar en el corazón lo que vamos viviendo y experimentando y de ponerla de manifiesto en una forma de ser y estar que nos hace sensibles y receptivos a los valores de la vida. Gracias a ella los hechos y acontecimientos no solo pasan, sino que nos pasan y nos traspasan impidiendo que pasemos por la vida sin vivirla.
La labor educativa en este campo con los jóvenes es ayudarles a descubrir y potenciar la vida interior que llevan en su corazón.
Educar en la interioridad pasa por ayudar a los jóvenes a conocerse personalmente, a poner nombre a lo que van viviendo, aceptando con sencillez las propias capacidades y limitaciones
Educar en la interioridad supone plantear a los jóvenes esas preguntas de sentido de las que huye sistemáticamente y acompañarle en la búsqueda de respuestas sin evitarle el esfuerzo necesario.
Educar en la interioridad supone potenciar ese tipo de mirada que no se queda en la apariencia de las cosas si no que taladra la existencia permitiendo la introspección y el análisis de lo que va haciendo.
Educar en la interioridad supone enseñar a acercarse a la vida con todo el ser, implicándose a fondo en la relación personal.
Educar en la interioridad es potenciar en los jóvenes la capacidad de discernir lo que le ayuda a crecer como hombre y como cristiano, independientemente de las modas o comportamientos de los demás
Educar en la interioridad supone también despertar la sensibilidad ante lo bello sin quedarse en el puro goce estético sino trascendiéndolo.
Educar en la interioridad es ayudar a los jóvenes a poner nombre a sus propios sentimientos, sin culpabilizarle por lo que experimentan y también a expresarlos o no según se juzgue oportuno.
Educar en la interioridad es ayudar a distinguir al amor de la pura atracción física y enseñarle a manifestarlo en la gratuidad y el servicio.
Educar en la interioridad es ayudar a descubrir, amar y practicar el silencio. En un mundo como el nuestro sólo el silencio es capaz de recrear espacios donde la interioridad sea posible.
Educar en la interioridad supone enseñar a dedicar gratuitamente tiempo a lo que uno ama.
Educar en la interioridad supone invitar a vivir asomado a los cristales de la vida para poder contemplarla, interiorizarla, contrastarla. Así poder asumir un compromiso que brote desde dentro como respuesta a los desafíos que nos plantea.
Educar en la interioridad supone ayudar el joven a llevar una vida intensa pero sosegada que le permita disfrutar de las cosas.
Educar en la interioridad supone abrir la mirada del joven al lenguaje sacramental y de los signos y enseñarle a expresarse con ellos.
Revista "Todos Uno"
No hay comentarios:
Publicar un comentario