(S. Ag. Ena. in ps. 76,18)
Navegar es vivir. ¡Qué bonito navegar en el silencio del atardecer, cuando el sol se va escondiendo! El mar es grandioso si aprendemos a navegar en el silencio y contemplación. Contemplar la grandeza del Dios de la vida que siempre navega con nosotros, aunque, a veces no seamos conscientes de ello. “Pensaba en estas cosas y Tú estabas a mi lado; suspiraba y Tú me oías; me hundía y tú eras mi piloto; caminaba por el camino real de este mundo y Tú no me dejabas solo” (S. Ag. Conf. V I ,5,8)
Navegar hacia un nuevo horizonte. Es Jesús, el patrón de nuestra embarcación, el que nos guía hacia él. Sí, es Jesús, lo sabemos, lo decimos; pero necesitamos, sentir su presencia, escuchar su palabra, meditarla. Navegar, creando espacios para el silencio y la escucha.
Nuestras mentes y nuestros corazones están inquietos: “Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta descansar en ti” (S. Ag. Conf. I, 1, 1). Inquieto, porque nuestras cabezas están abarrotadas de sentimientos y pensamientos: recuerdos, planes, miedos, preocupaciones, deseos, ira y frustración. Repetimos en nuestra cabeza lo que ha sucedido recientemente: lo que hemos dicho, lo que nos han dicho, lo que deberíamos haber dicho y lo que diremos la próxima vez. (A. Nolan; Jesús, hoy, una espiritualidad de libertad radical, pag. 132). Navegamos cargados con nuestro bagaje y tenemos que empezar a tirar por la borda tantas cosas que nos impiden navegar con paz y sosiego y hacen peligrar nuestra pequeña embarcación. “Me retenían frivolidades de frivolidades y vanidades de vanidades. Estas viejas amigas mías tiraban del vestido de mi carne y m e decían por lo bajo: “Con qué nos dejas, ¿eh? ¿Es cierto que a partir de ahora ya nunca vamos a estar contigo? ” (S. Ag. Conf. VIII, 11, 26).
De hecho nuestros pensamientos y sentimientos, a veces, muchas, son los que dirigen el timón de nuestra barca, nos controlan. Y nuestra nave es como un corcho que aparece y desaparece sacudido por un mar tempestuoso. “Tanto más siente el hombre su inestabilidad cuanto más se aparta de Dios, que es la suma estabilidad”. (S. Ag. Car 112,2)
“La contemplación es esencialmente escuchar en el silencio”, decía Thomas Merton. Jesús se retiraba a orar. “No sabemos cómo oraba y meditaba Jesús cuando se retiraba a un lugar de silencio y soledad. Lo que sí sabemos es que su conducta pone de manifiesto una vida interior de calma y tranquilidad perfectas. No mostró ningún signo de agitación emocional o de sentimientos y pensamientos incontrolables. Estaba en paz consigo mismo, con Dios y con el mundo” (A. Nolam; Jesús, hoy. Una espiritualidad de libertad radical, Pag. 135)
Hna. Carmen Ramírez González_AM
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