2.No es independiente. Está en comunión con toda la Iglesia. Su misión no es hablar de aquello que le parece sino de aquello que debe: Jesucristo es la Salvación.
3.Procura dar testimonio desde su fe. No es un profesional de la enseñanza. Su vida cristiana será el mejor recurso y el insustituible pilar para su apostolado.
4.Presenta y confía a Dios su responsabilidad. Sabe que, en la oración, está su fuerza y que por lo tanto el Señor, en el silencio y en la reflexión, le indica el camino a seguir.
5.Es responsable en su formación. Asiste con entusiasmo a la formación de catequistas. Habla, con conocimiento y consistencia, de las verdades fundamentales del cristianismo y de la Iglesia.
6.San Pio X llegó a decir “Ser catequista es el apostolado más grande de nuestros días”. El catequista es consciente de que, su misión, es hacer llegar el mensaje de salvación donde educadores o padres no pueden o no están interesados en hacerlo.
7.No siente el agobio del tiempo. El catequista siempre dispone de tiempo para Dios. Es sabedor de que, el Padre, merece una dedicación entregada, confiada y sin excusas.
8.El secreto del catequista no está en sus habilidades. Su poder y su rearme está en la Eucaristía. Un catequista sin Eucaristía es como un río cuyo cauce puede secarse en cualquier momento.
9.Es reflexivo y metódico. Prepara con tiempo su catequesis. No es buena la improvisación. Entre otras cosas, la invención, significa rutina, desencanto y falta de respeto hacia los demás.
10.Supera las dificultades. Sabe que, la fe, es mirar a la cruz. Y, en la cruz, Jesús nos habla de la confianza. Nos invita a esperar contra toda esperanza. ·”Todo lo que hagáis a estos pequeños, me lo hacéis a mí”
P. Javier Leoz
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