MATEO 5, 17-37
¡No penséis
que he venido a echar abajo la Ley ni los Profetas! No he venido a echar abajo,
sino a dar cumplimiento: porque os aseguro que antes que desaparezcan el cielo
y la tierra, ni una letra ni una coma desaparecerá de la Ley antes que todo se
realice. Por tanto, el que se exima de uno solo de esos mandamientos mínimos y
lo enseñe así a los hombres, será llamado mínimo en el reino de Dios; en
cambio, el que los cumpla y enseñe, ése será llamado grande en el reino de
Dios: porque os digo que, si vuestra fidelidad no se sitúa muy por encima de la
de los letrados y fariseos, no entráis en el reino de Dios. Os han enseñado que
se mandó a los antiguos: «No matarás (Éx 20,13), y si uno mata será condenado
por el tribunal». Pues yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será
condenado por el tribunal; el que lo insulte será condenado por el Consejo; el
que lo llame renegado será condenado al fuego del quemadero. En consecuencia,
si yendo a presentar tu ofrenda al altar, te acuerdas allí de que tu hermano
tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, ante el altar, y ve primero a
reconciliarte con tu hermano; vuelve entonces y presenta tu ofrenda. Busca un
arreglo con el que te pone pleito, cuanto antes, mientras vais todavía de
camino; no sea que te entregue al juez, y el juez al guardia, y te metan en la
cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que no pagues el último cuarto.
Os han enseñado que se mandó: «No cometerás adulterio» (Éx 24,14). 28 Pues yo
os digo: Todo el que mira a una mujer casada excitando su deseo por ella, ya ha
cometido adulterio con ella en su interior. Y si tu ojo derecho te pone en
peligro, sácatelo y tíralo; más te conviene perder un miembro que ser echado
entero en el fuego. Y si tu mano derecha te pone en peligro, córtatela y
tírala; más te conviene perder un miembro que ir a parar entero al fuego. Se
mandó también: «El que repudia a su mujer, que le dé acta de divorcio» (Dt
24,1). 32 Pues yo os digo: todo el que repudia a su mujer, fuera del caso de
unión ilegal, la empuja al adulterio, y el que se case con la repudiada comete
adulterio. También os han enseñado que se mandó a los antiguos: «No jurarás en
falso» (Éx 20,7) y «cumplirás tus votos al Señor» (Dt 23,22; Nm 30,3). Pues yo
os digo que no juréis en absoluto: por el cielo no, porque es el trono de Dios;
por la tierra tampoco, porque es el estrado de sus pies» (Is 66,1); por
Jerusalén tampoco, porque es la ciudad del gran rey» (Sal 48,3); no jures
tampoco por tu cabeza porque no puedes volver blanco ni negro un solo pelo. Que
vuestro sí sea un sí y vuestro no un no; lo que pasa de ahí es cosa del Malo.
NO A LA GUERRA ENTRE NOSOTROS
Los judíos hablaban con orgullo de la Ley de
Moisés. Según la tradición, Dios mismo la había regalado a su pueblo. Era lo
mejor que habían recibido de él. En esa Ley se encierra la voluntad del único
Dios verdadero. Ahí pueden encontrar todo lo que necesitan para ser fieles a
Dios.
También para Jesús la Ley es importante, pero ya no
ocupa el lugar central. Él vive y comunica otra experiencia: está llegando el
reino de Dios; el Padre está buscando abrirse camino entre nosotros para hacer
un mundo más humano. No basta quedarnos con cumplir la Ley de Moisés. Es
necesario abrirnos al Padre y colaborar con él para hacer la vida más justa y
fraterna.
Por eso, según Jesús, no basta cumplir la Ley, que
ordena «no matarás». Es necesario, además, arrancar de nuestra vida la
agresividad, el desprecio al otro, los insultos o las venganzas. Aquel que no
mata cumple la Ley, pero, si no se libera de la violencia, en su corazón no
reina todavía ese Dios que busca construir con nosotros una vida más humana.
Según algunos observadores, se está extendiendo en
la sociedad actual un lenguaje que refleja el crecimiento de la agresividad.
Cada vez son más frecuentes los insultos ofensivos, proferidos solo para
humillar, despreciar y herir. Palabras nacidas del rechazo, el resentimiento,
el odio o la venganza.
Por otra parte, las conversaciones están a menudo
tejidas de palabras injustas que reparten condenas y siembran sospechas.
Palabras dichas sin amor y sin respeto que envenenan la convivencia y hacen
daño. Palabras nacidas casi siempre de la irritación, la mezquindad o la
bajeza.
No es este un hecho que se dé solo en la
convivencia social. Es también un grave problema en el interior de la Iglesia.
El papa Francisco sufre al ver divisiones, conflictos y enfrentamientos de
«cristianos en guerra contra otros cristianos». Es un estado de cosas tan
contrario al Evangelio que ha sentido la necesidad de dirigirnos una llamada
urgente: «No a la guerra entre nosotros».
Así habla el papa: «Me duele comprobar cómo en
algunas comunidades cristianas, y aun entre personas consagradas, consentimos
diversas formas de odios, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de
imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que
parecen una implacable caza de brujas. ¿A quién vamos a evangelizar con esos
comportamientos?». El papa quiere trabajar por una Iglesia en la que «todos
puedan admirar cómo os cuidáis unos a otros, cómo os dais aliento mutuamente y
cómo os acompañáis».
José Antonio Pagola
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