Madre de Dios
Hay una mujer que tiene algo de Dios
por la inmensidad de su amor,
y mucho de ángel
por la incansable solicitud de sus cuidados;
una mujer que siendo joven
tiene la reflexión de una anciana,
y en la vejez, trabaja con el vigor de la juventud;
una mujer que si es ignorante
descubre los secretos de la vida
con más acierto que un sabio,
y si es instruida, se acomoda
a la simplicidad de los niños;
una mujer que siendo pobre,
se satisface con la felicidad de los que ama,
y siendo rica, daría con gusto su tesoro
por no sufrir en su corazón
la herida de la ingratitud;
una mujer que siendo vigorosa
se estremece con el vagido de un niño,
y siendo débil,
se reviste a veces con la bravura del león;
una mujer que mientras vive
no la sabemos estimar,
por que a su lado todos los dolores se olvidan,
pero después de muerta,
daríamos todo lo que somos
y todo lo que tenemos
por mirarla de nuevo un sólo instante,
por recibir de ella un sólo abrazo,
por escuchar un sólo acento de sus labios...
Esa mujer, en el cielo, tiene un nombre: MARIA
Y, lejos de morir, vive, habla, acaricia
y ayuda en el difícil camino de la vida.
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