Oración de Pascua

sepa que somos de los tuyos.
Nos da miedo jugarnos la piel por el Reino,
por la solidaridad con los pobres,
por las reivindicaciones justas,
por la causa de los no rentables
de una sociedad consumista.
Nos da miedo perder nuestro lugar de privilegio,
nuestro prestigio, nuestros dineros,
por un galileo condenado,
a quien echaron fuera de la ciudad para matarlo,
y que no disponía ni de dos palmos de tierra.
para ser enterrado.
Envía de nuevo, Señor, tu Espíritu
sobre quienes hoy nos llamamos
tus discípulos,
para que anunciemos con valentía
el Reino y su justicia
para que nos hagamos pobres con los pobres,
ante el poder que los oprime y los explota,
para que seamos los profetas de la nueva denuncia,
los testigos incómodos para los injustos,
comprometidos de lleno con quienes tú amaste
hasta dejar la vida,
con los habitantes de barrios y guetos marginales
con los que la sociedad del bienestar etiqueta,
como "gente de malvivir".
Señor,
con orgullo nos proclamamos tus discípulos,
y nunca hemos sido inquietados
ni mucho menos perseguidos por tu causa;
nos llamamos solidarios,
y nunca los amos del poder y del dinero
nos han expulsado de sus "sinagogas"
por denunciar su explotación y su injusticia.
Señor, que podamos sentir de tus labios:
"Veníd, benditos de mi Padre,
porque anunciasteis con coraje
el Evangelio del Reino,
porque estuvisteis con el pobre,
porque denunciasteis a los políticos que castigan
a gitanos, negros y emigrantes,
y por todo esto fuisteis perseguidos."
Señor, Jesús vino y nos habló de tí.
Desmontó falsas imágenes
que escondían tu verdadero rostro.
Te asemejas más al padre bondadós,
a la madre tierna,
que al Dios que da miedo
y que emplea con maestría rayos y truenos.
Tú eres el Dios feliz
y repartes felicidad
a los pobres de nacimiento,
a quien hemos fabricado con nuestras injusticias,
con nuestras estructuras de pecado,
con nuestros corazones duros de ricos satisfechos.
Señor, sólo tú eres capaz de hacer feliz
al niño que llora, porque tiene hambre,
a la madre que no tiene leche para darle de mamar,
a quien lleva en su carne
las cicatrices de la guerra,
a quien tiene la piel marcada
por las señales de la tortura.
Señor, tú eres el Dios humilde que hace felices
a quienes no se rebelan
contra la mano que los hiere,
a quienes devuelven sonrisas por insulto,
a quienes no vuelven odio por odio,
bofetada por bofetada,
sino que ofrecen la otra mejilla.
Señor, tú haces felices
a quienes su hambre más acuciante
es el hambre de justicia,
a quienes tienen sed insaciable
de igualdad de oportunidades,
de derechos, de bienestar,
de cifras en todas las cuentas corrientes,
abiertas y por abrir.
Tú, el Dios misericordia, haces felices
a quienes practican misericordia,
con el apaleado en el camino,
con la prostituta, con el drogadicto,
con el negro, con el gitano,
con todos quienes la sociedad echa a la calle,
como desecho humano.
Señor, tú haces felices a los limpios de corazón y de mirada,
a quienes no se manchan las manos
con el tráfico de influencias, con el dinero negro,
con la sangre de inocentes pagada como precio.
Señor, tú eres el Dios de paz
y eres feliz con los no violentos,
con los pacíficos,
con los insumisos,
con los objetores a la guerra,
a las armas que hieren y que matan,
con quienes defienden la madre naturaleza
de toda forma de agresión.
Tú, el Dios perseguido y Dios de los perseguidos,
eres la felicidad de quienes se juegan la piel
por la causa de la justicia,
de quienes padecen la agresión
de la mentira o la tortura,
por defender el débil contra los poderosos.

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