El Sínodo Extraordinario de los Obispos sobre la familia ha comenzado con dos hermosísimas homilías del Papa Francisco (páginas 34 y 35), repletas de sugerencias y de interpelaciones, de inequívoco sabor y frescor evangélicos. Son las homilías de la vigilia de oración del sábado 4 de octubre y la de la misa del domingo 5, en la apertura de la asamblea.
Este Sínodo, como todos los celebrados desde su reinstauración, en 1965, en el contexto conciliar y por decisión de Pablo VI, busca hacer Iglesia en camino, en comunión, en colegialidad, en misión, en escucha, en plegaria, en discernimiento. Y hacerla para el mejor servicio al Pueblo de Dios y a la tarea evangelizadora. Y, en concreto, en esta ocasión, sobre una de las prioridades pastorales y sociales más acuciantes como es la familia. Familia que, ahora y siempre y, a pesar de tantos pesares, sigue siendo, como repite Francisco, “escuela incomparable de humanidad y contribución indispensable para una sociedad justa y solidaria”.
¿Qué cabe esperar de este Sínodo? ¿Cuáles han de ser las actitudes auténticamente eclesiales con las que seguir este Sínodo Extraordinario –extraordinario, además, por tantos motivos- sobre la familia, el primer y tan deseado y preparado Sínodo del Papa Francisco? Más allá de planteamientos periodísticos, sensacionalistas y frentistas y más allá de lecturas y cábalas peyorativamente de “sacristía”, pensamos que es el mismo Santo Padre quien, en sus dos citadas homilías nos da pistas y claves fundamentales para una correcta hermenéutica y seguimiento de la asamblea sinodal.
La primera de ellas sería, a nuestro juicio, la de fomentar una actitud de escucha. No se trata –ha dicho Francisco- de “discutir ideas brillantes y originales, o para ver quién es más inteligente…”. Se trata de escuchar, de una triple escucha: a Dios, a su pueblo santo y a los padres sinodales y demás participantes en la asamblea. Y de una escucha en acogida, en fraternidad, en humildad, en sinceridad, en apertura.
En segundo lugar, el Sínodo ha de ser un cenáculo de oración y toda la Iglesia ha de sumarse a esta incesante plegaria. Esta afirmación no es un lugar común, ni tópicos o palabras bonitas… Lo dice, repite y pide Francisco constantemente, quien, además, propone adoptar al respecto una actitud contemplativa, una “mirada fija en Jesucristo -Lumen gentium, Luz de los pueblos- para detenernos en la contemplación y en la adoración de su rostro” para así revestirnos “de su manera de pensar, de vivir y de relacionarse”.
La tercera actitud sería discernir. Se trata de un discernimiento desde la escucha y desde la plegaria para el servicio a la misión de Iglesia. Una misión que no es otra que, desde la misericordia, la reconciliación, la fidelidad, la creatividad y el amor, “formar un pueblo santo que le pertenezca y que produzca los frutos del Reino de Dios”.
Y para que esto sea realidad, para que nadie frustre el “sueño” de Dios sobre su grey, creemos, a la luz de las palabras del Papa en las dos homilías citadas, que es preciso conjurar cuatro riegos: el poder, la codicia, la hipocresía y la soberbia de aquellos, del signo que sean, que se adueñan de la verdad y de su dimensión también pastoral y “que quieren disponer de la viña del Señor a su antojo, quitando así a Dios la posibilidad de realizar su sueño sobre el pueblo que se ha elegido”.
Hace casi medio año, en pleno proceso presinodal, en la homilía de la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II, el Papa nos señaló ya algunas pistas para recorrer el camino del Sínodo de la Familia –doble, pues, al año que viene, en asamblea general ordinaria, habrá una nueva cita- de manera eclesial y correcta. ¿Qué pidió entonces Francisco (ecclesia, números 3.725-26, página 29)?: docilidad al Espíritu Santo, “no escandalizarnos de las llagas de Cristo” y “adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama”.
Qué los “ruidos” de unos u otros -quienes sean- no hagan ensordecer los oídos de los padres sinodales y demás participantes en la asamblea y de las familias y del resto de la comunidad eclesial al susurro del Espíritu. Dejemos que la suya sea la principal de las palabras. Y no olvidemos que “la presencia del Papa –como ha recordado Francisco- es garantía para todos de custodia de la fe”.
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