Hoy, Señor, al comenzar este nuevo día
te ofrezco todo lo que soy y lo que tengo.
Te ofrezco las pequeñas cosas que suelo hacer cada día:
el esfuerzo que supone levantarse,
la rutina de vestirse, desayunar e ir al colegio,
la monotonía de las clases
y la satisfacción de estar con mis amigos.
Te presento el tiempo de estudio y el descanso,
la relación con mis padres
y el sacrificio de colaborar en las cosas de casa.
Gracias, Señor,
porque todo, aún lo más ordinario y cotidiano,
es una oportunidad que me das para vivir intensamente,
poniendo amor en todo lo que hago.
Que al final del día, sienta la cercanía de tu presencia
y la satisfacción de saber que en este día
he hecho lo que a ti te agrada.
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