Jesús es invitado por un fariseo a comer en su casa. Una mujer pecadora, al enterarse de que Cristo estará ahí, decide entrar aunque no haya sido invitada. Seguramente antes le había escuchado hablar y su mensaje de amor le había movido la conciencia. Cansada de su mala vida y deseosa del perdón de Dios está dispuesta a corregir su vida, arriesga todo con tal de acercarse a Él. El fariseo Simón, acostumbrado a juzgar por las apariencias, se incomoda con esa visita no esperada. Jesús en cambio, conociendo el interior de las personas, la recibe y la perdona.
Nosotros también estamos acostumbrados a juzgar por las apariencias y nos alejamos de aquellos que no consideramos dignos de nosotros. Pero no sabemos realmente qué pensamientos e intenciones hay dentro de cada persona. Por eso, y por amor, Dios nos pide no juzgar a nadie.
Si queremos imitar a Cristo, hemos de evitar juzgar a quienes le han fallado. Pues todos en alguna medida, le fallamos cada día. Por el contrario, hemos de tenderles una mano, y abrirles la puerta del perdón de Dios.
Dios conoce nuestros pecados y la sinceridad de nuestro arrepentimiento. Acerquémonos a Él, con la seguridad de que, sin importar el tamaño o la cantidad de nuestras faltas, nos está esperando como Padre Bueno, para perdonarnos.
Seamos tolerantes con las personas que nos rodean y ayudémosles a superar sus faltas. Así es Dios con nosotros.
Cuando te has sentido más bueno que otros, ¿has pensado que a los ojos de Dios, puede no ser así?
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