Te escucho, Señor, llamándome y prometiéndome tu paz, aun cuando yo esté todavía atrapada en los placeres y vanidades de este mundo. Pero tú deseas tanto que te ame, y procure la paz de tu compañía, que, de un modo u otro, no me dejas de llamar.
Tú me has esperado ansiosamente muchos días, y aun muchos años. He sido, lo sé, lenta para responder, inhábil y poco dispuesta para cumplir enseguida tus mandatos.
Pero no debo desconsolarme si tú puedes encontrar en mi corazón perseverancia y deseos de responder a tu llamado de paz.
Porque si te tengo a ti, mi Dios, nada me faltará. Sólo tú bastas.
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