MATEO 4, 12-23
Al enterarse
de que habían detenido a Juan, Jesús se retiró a Galilea. Dejó Nazaret y se estableció en Cafarnaún,
junto al mar, en territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta
Isaías: ¡País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán,
Galilea de los paganos! El pueblo que
habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y
sombra de muerte una luz les brilló (Is 8,2-9,1). Desde entonces empezó Jesús a
proclamar: - Enmendaos, que está cerca el reinado de Dios. Caminando junto al
mar de Galilea, vio a dos hermanos: a Simón, el llamado Pedro, y a Andrés, su
hermano, que estaban echando una red de mano en el mar, pues eran pescadores. Les dijo: - Veníos conmigo y os haré
pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Pasando adelante vio a otros dos hermanos: a
Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que estaban en la barca poniendo a punto
las redes, con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó. Inmediatamente dejaron la
barca y a su padre y lo siguieron. Jesús
fue recorriendo Galilea entera, enseñando en las sinagogas de ellos, proclamando
la buena noticia del reino y curando todo achaque y enfermedad del pueblo.
ALGO NUEVO Y BUENO
El primer escritor que recogió la actuación y el
mensaje de Jesús lo resumió todo diciendo que Jesús proclamaba la «Buena
Noticia de Dios». Más tarde, los demás evangelistas emplean el mismo término
griego (euaggelion) y expresan la misma convicción: en el Dios anunciado por
Jesús, las gentes encontraban algo «nuevo» y «bueno».
¿Hay todavía en ese Evangelio algo que pueda ser
leído, en medio de nuestra sociedad indiferente y descreída, como algo nuevo y
bueno para el hombre y la mujer de nuestros días? ¿Algo que se pueda encontrar
en el Dios anunciado por Jesús y que no proporciona fácilmente la ciencia, la
técnica o el progreso? ¿Cómo es posible vivir la fe en Dios en nuestros días?
En el Evangelio de Jesús, los creyentes nos
encontramos con un Dios desde el que podemos sentir y vivir la vida como un
regalo que tiene su origen en el misterio último de la realidad que es Amor.
Para mí es bueno no sentirme solo y perdido en la existencia ni en manos del
destino o el azar. Tengo a Alguien en quien puedo confiar y a quien puedo
agradecer la vida.
En el Evangelio de Jesús nos encontramos con un
Dios que, a pesar de nuestras torpezas, nos da fuerza para defender nuestra
libertad sin terminar siendo esclavos de cualquier ídolo; para seguir
aprendiendo siempre formas nuevas y más humanas de trabajar y de disfrutar, de
sufrir y de amar. Para mí es bueno poder contar con la fuerza de mi pequeña fe
en ese Dios.
En el Evangelio de Jesús nos encontramos con un
Dios que despierta nuestra responsabilidad para no desentendernos de los demás.
No podremos hacer grandes cosas, pero sabemos que podemos contribuir a una vida
más digna y más dichosa para todos pensando sobre todo en los más necesitados e
indefensos. Para mí es bueno creer en un Dios que me pregunta con frecuencia
qué hago por mis hermanos. Me hace vivir con más lucidez y dignidad.
En el Evangelio de Jesús nos encontramos con un
Dios que nos ayuda a entrever que el mal, la injusticia y la muerte no tienen
la última palabra. Un día, todo lo que aquí no ha podido ser, lo que ha quedado
a medias, nuestros anhelos más grandes y nuestros deseos más íntimos alcanzarán
en Dios su plenitud. A mí me hace bien vivir y esperar mi muerte con esta
confianza.
Cada uno de nosotros tiene que decidir cómo quiere
vivir y cómo quiere morir. Cada uno ha de escuchar su propia verdad. Para mí no
es lo mismo creer en Dios que no creer. A mí me hace bien poder hacer mi
recorrido por este mundo sintiéndome acogido, fortalecido, perdonado y salvado
por el Dios revelado en Jesús.
José Antonio Pagola
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