La flecha es la Palabra de Dios, las palabras que San Agustín oyó en el huerto de Milán: “Toma y lee...”. Cuando nos encontramos verdaderamente con Dios es como si sintiéramos en el corazón la flecha de su caridad que inflama nuestros corazones. Es así como escribe San Agustín al narrar el momento de su conversión:
“Por cuanto tiempo, por cuanto tiempo diré todavía: mañana, mañana? Por que no ahora? Por que no diré, finalmente, ahora a mi indignidad? Así decía y lloraba, oprimido por el más amargo dolor del corazón. Entonces, de repente, oí una voz...: Toma y lee, toma y lee.” (Confesiones VIII, 28,3)
“Tu nos habías traspasado el corazón con flechas de tu amor, y traíamos tus palabras dentro de nuestras entrañas...en lo mas íntimo de los pensamientos nos quemaban y consumían la pesada torpeza, a fin de no inclinarnos para las bajezas.” (Confesiones IX, 3,4)
Cuando rezamos nos ponemos a disposición de ser alcanzados por Dios por eso pedimos:
“Señor, manda y ordena lo que quieras, pero limpia mis oídos para que oigan tu voz; sana y abre mis ojos para que descubran tus indicaciones. Aleja de mí la ignorancia, para que reconozca tus caminos. Dime para donde debo dirigir mi mirada para verte a ti y, de ese modo, poder cumplir tus mandamientos”.
Ó Padre, haz que te busque sin incidir en el error. Que, al buscarte, nadie salga a mi encuentro en tu lugar. Sal tú, a mi encuentro, pues mi único deseo es poseerte. Y, si hay en mi algún deseo superfluo, elimínalo tu, para que yo pueda llegar a ti.” (San Agustin – Solilóquios 1,5.6)
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