En el libro VIII, capitulo 12, nº. 29, de las Confesiones, Agustín narra el momento en que él, que se encontraba en el huerto o jardín de su residencia de Milán, escuchó una voz infantil (como de una casa vecina) que decía “Toma, lee”, haciendo referencia a la Biblia. Agustín interpretó aquellas palabras como si fueran un mandato divino. Abrió la Sagrada Escritura y leyó el primer pasaje que se ofreció a sus ojos:
“No en comilonas y embriagueces, no en lechos y en liviandades, no en contiendas y emulaciones sino revestíos de nuestro Señor Jesucristo y no cuidéis de la carne con demasiados deseos“. (Rom. 13, 13).
Y él afirma: “No quise leer más, ni era necesario tampoco, pues al punto que di fin a la sentencia, como si se hubiera infiltrado en mi corazón una luz de seguridad, se disiparon todas las tinieblas de mis dudas”.
Esa es la voz a la que la santa se refiere. No se trata de una cita directa del libro, sino una alusión a este pasaje.
La referencia al lugar figura en ese mismo libro VIII, un poco antes, en el capítulo 8, nº 19.
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