MATEO
11, 2-11
Juan se enteró en la cárcel de las obras que
hacía el Mesías y mandó dos discípulos a preguntarle: - ¿Eres tú el que tenía
que venir o esperamos a otro? Jesús les respondió: - Id a contarle a Juan lo
que estáis viendo y oyendo: Ciegos ven y cojos andan, leprosos quedan limpios y
sordos oyen, muertos resucitan y pobres reciben la buena noticia (Is
26,19). Y ¡dichoso el que no sé
escandalice de mi! Mientras se alejaban, Jesús se puso a hablar de Juan a las
multitudes: - ¿Qué salisteis a contemplar en el desierto?, ¿una caña sacudida
por el viento? ¿Qué salisteis a ver si
no?, ¿un hombre vestido con elegancia? Los que visten con elegancia, ahí los
tenéis, en la corte de los reyes. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver un
profeta? Sí, desde luego, y más que profeta; es él de quien está escrito: Mira,
yo envío mi mensajero delante de ti; él preparará tu camino ante ti (Ex 23,20;
Mal 31). Os aseguro que no ha nacido de mujer nadie más grande que Juan
Bautista, aunque el más pequeño en el reino de Dios es más grande que él.
CURAR HERIDAS
La actuación de Jesús dejó desconcertado al
Bautista. Él esperaba un Mesías que extirparía del mundo el pecado imponiendo
el juicio riguroso de Dios, no un Mesías dedicado a curar heridas y aliviar
sufrimientos. Desde la prisión de Maqueronte envía un mensaje a Jesús: «¿Eres
tú el que tenía que venir o hemos de esperar a otro?».
Jesús le responde con su vida de profeta curador:
«Id a contar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos
andan; los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a
los pobres se les anuncia la buena noticia». Este es el verdadero Mesías: el
que viene a aliviar el sufrimiento, curar la vida y abrir un horizonte de
esperanza a los pobres.
Jesús se siente enviado por un Padre misericordioso
que quiere para todos un mundo más digno y dichoso. Por eso se entrega a curar
heridas, sanar dolencias y liberar la vida. Y por eso pide a todos: «Sed
compasivos como vuestro Padre es compasivo».
Jesús no se siente enviado por un Juez riguroso
para juzgar a los pecadores y condenar al mundo. Por eso no atemoriza a nadie
con gestos justicieros, sino que ofrece a pecadores y prostitutas su amistad y
su perdón. Y por eso pide a todos: «No juzguéis y no seréis juzgados».
Jesús no cura nunca de manera arbitraria o por puro
sensacionalismo. Cura movido por la compasión, buscando restaurar la vida de
esas gentes enfermas, abatidas y rotas. Son las primeras que han de
experimentar que Dios es amigo de una vida digna y sana.
Jesús no insistió nunca en el carácter prodigioso
de sus curaciones ni pensó en ellas como receta fácil para suprimir el
sufrimiento en el mundo. Presentó su actividad curadora como signo para mostrar
a sus seguidores en qué dirección hemos de actuar para abrir caminos a ese
proyecto humanizador del Padre que él llamaba «reino de Dios».
El papa Francisco afirma que «curar heridas» es una
tarea urgente: «Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita hoy es
capacidad de curar heridas». Habla luego de «hacernos cargo de las personas,
acompañándolas como el buen samaritano, que lava, limpia y consuela». Habla
también de «caminar con las personas en la noche, saber dialogar e incluso
descender a su noche y oscuridad sin perdernos».
Al confiar su misión a los discípulos, Jesús no los
imagina como doctores, jerarcas, liturgistas o teólogos, sino como curadores.
Siempre les confía una doble tarea: curar enfermos y anunciar que el reino de
Dios está cerca.
José Antonio Pagola
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